“Patoruzito 2, la gran aventura”, de José Luis Massa, llega con animación más pulida y voces de famosos.

La segunda película de Patoruzito, personaje creado por Dante Quinterno en 1945, llega con ventajas sobre la primera. La principal es que el producto ya demostró su contundente convocatoria: 2.500.000 espectadores vieron el filme estrenado en 2004. Las otras son de índole técnico y artístico: una animación más sofisticada —con secuencias en 3D—; voces de famosos —como Norma Aleandro y Julián Weich— interpretando perso najes nuevos; la carismática Soledad cantando el tema principal; y una minuciosa e impecable ambientación en Buenos Aires.

El argumento, pensado para menores de doce años y padres nostálgicos, es sencillo y está narrado en un tono naif, característico de este héroe cándido que no tiene más superpoderes que la voluntad. El pequeño cacique es convocado a un desfile patrio en Buenos Aires, hacia donde viaja con su troupe (muy bien trabajada por Quinterno durante décadas). Acá, además de encontrarse con el Capitán Cañones e Isidorito —personaje con más desarrollo que en el filme anterior, y que aporta más humor y contrapuntos—, se topan con la Bruja Jiuma (Aleandro), quien mantiene cautiva a un hada y está dispuesta a todo para recuperar su juventud.

Un cuento muy tradicional: brujas, hadas, fuentes y hasta un fantasma llamado Benito (Weich), que jamás estuvieron en la historieta. Quinterno nunca se inclinó por inventar “malos” que se repitieran: ni siquiera procuró que tuvieran una personalidad muy definida ni que fueran especialmente perversos. Esta fue una complicación al llevar la historieta al cine y, tal vez, el motivo por el que Patoruzito 2 está más cerca de una fábula moral que de una historia con progresión dramática intensa.

Es saludable rescatar clásicos y proponer “héroes” locales —no violentos— para los chicos. Pero, acaso para marcar diferencias con su poderosa competencia extranjera, Patoruzito 2 está algo recargada de referencias patrióticas, con profusión de banderas y desfiles. Su estética se resiente, además, por la gran cantidad de marcas publicitarias insertadas en los dibujos: un modo de financiar el producto, pero no de alcanzar un nivel de excelencia.

Miguel Frías
mfrias@clarin.com

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